martes, 18 de agosto de 2009

Los niños perversos

Publicado en Revista Semana ed.1424

Hace dos semanas se filtró en Internet el tráiler de la nueva película del director norteamericano Tim Burton, Alicia en el país de las maravillas, que se estrenará en marzo de 2010. Las nuevas imágenes de este país maravilloso muestran campos grisáceos cubiertos de niebla en donde las flores tienen rostros. El sombrerero loco (interpretado por Johnny Depp), lejos de la imagen de borrachín simpático que había creado Disney, parece un payaso gótico: pálido, con la mirada perdida, lentes de contacto amarillos y una gran melena roja. La reina de corazones, interpretada por Helena Bonham Carter, se asemeja más a un fenómeno de circo que a un simpático personaje de libro para niños. Para los fanáticos de este director el maridaje entre su estética oscura y el universo del país de las maravillas es la combinación perfecta. Para algunos padres, ansiosos de llevar a sus hijos a los cines a ver esta nueva versión del clásico de Lewis Carroll, puede parecer algo aterrador, grotesco o, inclusive, muy adulto para sus pequeños.

Que Burton encuentre a Carroll como una de sus más decisivas influencias no es gratuito. La lectura de Alicia en el país de las maravillas ha dado para todo en el siglo XX y el XXI: desde conspicuas teorías sobre los mundos paralelos que abre la escritura de Carroll, como si se tratara de viajes de alucinógenos, hasta presuntas acusaciones de perversión infantil detrás de este maravilloso clásico publicado en 1865.

La película de Burton no es la primera adaptación que se hace de la historia de Caroll. Está, claro, la animada de Disney de 1951, una versión de 1972 protagonizada por el comediante inglés Peter Sellers y una de 1999 que contó con la participación de Whoopi Goldberg y Ben Kingsley. Sin embargo, la versión de Burton, ambientada en un paraíso entre gótico y lo grotesco, será mucho más oscura que sus predecesoras. Pareciera que, como consecuencia del efecto Pixar, los grandes estudios de Hollywood no temieran a las libertades creativas que se puede tomar el estrafalario director norteamericano en esta adaptación del libro para niños.

Pero este no es un fenómeno aislado. Otros dos directores, igualmente transgresores, están explorando el universo de los clásicos infantiles en sus películas. Spike Jonze (director norteamericano reconocido por El ladrón de orquídeas y ¿Quieres ser John Malkovich) se encuentra en el posproducción de la película Donde viven los monstruos, basada en el libro homónimo del escritor e ilustrador infantil Maurice Sendak y Wes Anderson (conocido por las películas de comedia Los excéntricos Tenembaums y La vida acuática de Steve Zissou) estrenará en octubre de este año una adaptación cinematográfica de El superzorro del escritor galés Roald Dahl.

Quienes han tenido la oportunidad de ver las películas de Wes Anderson saben que el director norteamericano cuenta con una irreverente estética propia. Tanto en Los excéntricos Tenembaums como en La vida acuática de Steve Zissou priman los colores vivos y una meticulosa exigencia en la forma de vestir para resaltar la calidad de los personajes. En sus películas, los personajes, al igual que en los comics, no cambian de vestuario logrando una caricaturización que recae en el sin sentido. Es una estética subversiva y disparatada como la que se encuentra en los relatos de Dahl (quien también escribió los clásicos para niños Matilda y James y el melocotón gigante), en donde los niños desafían la autoridad de los adultos por medio de ocurrencias narradas con el ironía más fina. Ahora, con El superzorro, Anderson intentará contar la atrevida historia de un ingenioso zorro que arma una guerrilla de animales para burlar la guardia de tres granjeros y conseguir comida. Todo esto sin dejar de lado sus inclinaciones estéticas y su gusto por los clanes disfuncionales. Una apuesta que se aleja del retrato de los apacibles animales del bosque que cantan junto con las princesas de Disney, indudablemente.

Al revisar la carrera cinematográfica de Spike Jonze es evidente que su trabajo siempre ha estado atravesado por el absurdo. Videos musicales en donde el protagonista es un hombre con cabeza de perro, o un gato gigantesco que hace el papel de esposo de la cantante islandesa Björk son sólo algunos de los ejemplos. ¿Quieres ser John Malkovich? (su ópera prima de 1999) trata sobre un hombre mediocre que descubre en su oficina un portal que lo conecta al cerebro del actor John Malkovich. Historias algo arriesgadas para un director que quiere dirigirse ahora al público infantil, podrán decir algunos -incluidos algunos ejecutivos de Warner Movies que le pidieron al director volver a filmar Donde viven los monstruos porque el producto final no les parecía ser apta para toda la familia-. Sin embargo, el universo que el director ha construido en donde criaturas gigantescas (creadas por el estudio de Jim Henson, el artífice de la Rana René) son gobernadas por Max, un travieso niño de 10 años, ha sido un trabajo en conjunto con Maurice Sendak, el autor de este libro que ha cautivado varias generaciones de norteamericanos, incluido el presidente Barack Obama. Y es que parece que el trabajo de Sendak también ha sido gobernado por el absurdo. Por otra lógica más atrevida que la realista que, aunque ha sido polemizada por algunos puritanos que piensan que sus historias hiperfantásticas pueden llenar de cucarachas las cabezas de los niños, ha encantado a los pequeños lectores.

Los relatos de Dahl, de Carroll y de Sendak muestran la condición humana a través de la creación de universos paralelos que resultan atractivos para los niños y para los adultos. Son historias que se salen de los preceptos románticos del "Había una vez" y "fueron felices y comieron perdices", como dice la especialista en literatura infantil y juvenil Claudia Rodríguez. Historias que están escritas pensando en que los niños son inteligentes. Que pueden encontrar en ellas, más allá de una vía de escape, una manera de entender el mundo y de relacionarse con él y que además de todo son divertidas y no subestiman su capacidad de análisis. Son relatos que disparan la imaginación y que, de alguna manera, han llenado de cucarachas la cabeza de directores como Burton, Jonze y Anderson, lo que les ha permitido desafiar ciertos códigos y ciertas lógicas y que los han llevado a atreverse a desafiar la educación "políticamente correcto" que, a veces, se quiere impartir para domesticar la salvaje imaginación de los niños.