jueves, 17 de septiembre de 2009

La libertad de la línea

(Publicado en Revista Arcadia Ed. 47)

Cuenta Pablo Solano que cuando él era niño su padre le mostró un libro ilustrado de Julio Verne. Los grabados de inmediato llamaron su atención y fue entonces cuando comenzó su fascinación por el dibujo, por la línea y por el trazo. Esa atracción lo llevaría a explorar la obra de Rembrant y la de Durero, que lo harían preferir estudiar Arte en el Atelier de André Lhote y en la Academia Julian de París a estudiar Arquitectura en la Universidad Nacional de Colombia; y que lo llevó a exponer sus dibujos junto con otros exponentes del “informalismo abstracto” como el español Antonio Saura y el catalán Antoni Tàpies en diferentes galerías europeas.

Hoy, a sus 80 años, sigue siendo un hombre discreto. Solano, el protegido de Will Grohmann —crítico de arte reconocido por estudiar la obra de Klee y de Kandinsky—, el vecino de Miró, el alumno de Picasso se refiere a sí mismo como un campesino (desde 1962 vive retirado en una casa de campo en Paipa, Boyacá) que no ha establecido mucho contacto con la movida del arte colombiano. Tal vez por esta razón su obra ha sido considerada disidente, o mejor, extranjera, lejana de las principales corrientes del arte moderno colombiano. Para Manuel Hernández, autor del libro Cuatro artistas no figurativos de Colombia y gran amigo de Solano, sus dibujos pueden agruparse junto con las esculturas abstractas de Eduardo Ramírez Villamizar o con los tapices expresionistas de Olga de Amaral. Corrientes subterráneas que se alejan del arte pop de Beatriz González o de la pintura figurativa de Fernando Botero.

Los dibujos de Solano, que se exponen hasta el 3 de septiembre en el Museo de Artes Visuales de la Universidad Jorge Tadeo Lozano bajo el apropiado nombre Hechuras de línea, se acercan un poco más a los del norteamericano Cy Twombly, quien también trabaja la sutileza de la línea sobre fondos grises o de color hueso; o a la obra del belga Henri Michaux, que explora el uso de trazos que se conectan a figuras que emergen desde la frontera del sueño y la vigilia; o a la obra del alemán Wols, que surge en la posguerra y es fundadora del tachismo, movimiento francés de pintura abstracta. Y es que Solano vivió en Europa durante la posguerra, un momento que para él fue “muy intenso, se hicieron muchas cosas, se rompieron sobre todo muchas cosas y surgieron personas muy interesantes”. Un momento en el que los artistas europeos dieron un vuelco al mundo interior como respuesta a las catástrofes del mundo exterior, como si estuvieran buscando un refugio dentro de sí mismos. Ese período lo marcó e hizo que se interesara más en las vanguardias europeas, en el expresionismo abstracto y en la línea como posibilidad de abrir universos más allá de lo figurativo.

Es en ese mirar para adentro en el que Hernández encuentra lo más valioso de la obra de Solano: “Es fiel a los dictados de su mundo interior, siempre se ha dedicado estrictamente a su oficio y, tal vez, es por esto que ha quedado por fuera del panorama de la crítica colombiana”. Así, mientras Solano exponía sus dibujos en la primera edición de arco (Feria de Arte Contemporáneo de Madrid) en 1982, nuestros críticos se interesaban más en las artes del tiempo, el performance y el video, y la gran mayoría de colombianos se dejaban encantar por los carboncillos de Gordillo. Sin embargo, es interesante que sea en este momento, en el que artistas jóvenes colombianos como Nicolás París, Mateo López y Liliana Rivas se están inclinando por el dibujo, que la obra de Solano encuentre resonancia. Nada más hay que ver que quienes más han visitado Hechuras de línea han sido estudiantes que examinan con detenimiento sus dibujos.

Para Solano cada dibujo es un divertimento gráfico. Como si se tratara de esos pasatiempos en donde al conectar puntos numerados se revela una imagen, su trazo lleva buscando y encontrando la línea desde 1949 y no se ha detenido. “A los 80 años dibuja como un muchacho —dice Hernández—. En todos los momentos de su obra siempre está el dibujar por el placer de dibujar. Por el placer de mostrar la destreza plástica”. Así como a Kandinsky la línea sobre el plano le revelaba una espiritualidad dentro de la abstracción, Solano encuentra en la línea una sospecha que va más allá del trazo sobre el papel: “En la línea hay libertad. Para mí ha sido definitiva la línea. Abre puertas. En ella existe un universo tan vasto que no puedo explicarlo”.

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